Una novela densa y compleja. Con multitud de personajes de lo más variopintos y una forma de entramar la historia arrolladora.
Antes de empezarla pensaba que trataría la batalla final. Ese tipo de conclusión que se basa en el choque entre mundos. Pero no ha sido así, y no puedo decir que me haya decepcionado.
Me ha costado bastante terminarlo. Y es que, al alternar historias que sucedían simultáneamente, no puedes evitar preferir unas sobre las otras. Ésto le da mucha más perspectiva a la historia, pero le resta en cuanto a continuidad, lo que dificulta la lectura.
Los personajes me han parecido de lo más definidos y creo que sus personalidades realmente calaban hondo.
Lyra, la protagonista, en concreto ha dado un cambio importante desde el comienzo de Luces del Norte (La Brújula Dorada). Al final se la veía mucho más madura, sabia y experimentada; mucho menos niña. Ha sido bastante más notable al final, que durante La Daga o incluso el transcurso de El Catalejo Lacado, pero lo ha conseguido.
No ha sido fácil ver cómo los dos niños se hacían mayores. La mente se negaba a dejarlos crecer. Pero al final lo que nos hace madurar no son los años, sino las experiencias. Lyra y Will tienen de sobra.
Los antagonistas e incluso los personajes secundarios tampoco se quedaban lejos en cuanto a calidad. Cualquier intervención era importante.
La historia ha estado muy bien dirigida desde el principio, no del libro, incluso de la saga. Con un ritmo cadencioso pero constante, Philip iba entramando la lucha final a través de batallas que no lo parecían. Al final de la trilogía se iba viendo cómo todas la piezas del puzle encajaban, sin dejar lugar a huecos ni fisuras.
El final ha sido conclusivo y cerrado. Probablemente muchos desearán que ojalá no hubiera sido así. Pero la palabra del autor es ley, y hay que aceptarlo.
Una trilogía densa y profunda. Que te hace reflexionar sobre más de un tema, pero también soñar despierta con más de un fantástico mundo.
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